La última fiesta de Ceci Lú


La última fiesta de Ceci Lú

https://www.eldesconcierto.cl/2018/11/15/la-ultima-fiesta-de-ceci-lu/

El fin de semana pasado las puertas del Centro Cultural Manuel Rojas en el barrio Yungay estuvieron abiertas noche y día para despedir a una joven antropóloga que se la jugó por la defensa del patrimonio barrial. Será por eso que tantos vecinos, activistas, artistas, familiares y amistades se asomaron al velorio y funeral. Aquí un perfil (que siempre quedará corto) de Cecilia Muñoz Zúñiga, Ceci lú para sus amigos y amigas que eran infinitos.

Por Rodrigo Hidalgo / 15.11.2018
¡Dios mío: un ser humano!
Desde las 22 hrs. del sábado 10 de noviembre fueron centenares de personas las que acudieron a despedirse del cuerpo de Cecilia Margarita Muñoz Zúñiga en el Centro Cultural Manuel Rojas, donde fue velada de acuerdo a su voluntad. Así, fue una multitud la que afuera de dicha casa se reunió para, cerca de las 3 de la tarde del domingo 11, ver salir su féretro y brindarle una emocionada ovación. Todo el vecindario, el Barrio Yungay, estaba conmocionado por el ilustre deceso. Desfilaron personajes como el poeta Mauricio Redolés; la actriz Claudia Pérez y su esposo el actor Rodrigo Muñoz; conocidos defensores de los derechos humanos, como “el Dago”, hijo de Lumi Videla, y hasta el diputado Gabriel Boric (y sabemos que Cecilia los aplaudió sonrojada pero feliz y agradecida). La cantante de tangos Kathy Campos entonó algunas melodías junto a David Santis en el bandoneón, y más tarde el hermano de éste, el recordado “Papito” del ex Pedagógico, hizo lo propio con la guitarra. La popular Fuente Mardoqueo auspició con sándwiches y café para los numerosos amigos y familiares que se multiplicaron dando cuenta de lo amplio del círculo de cariño que Cecilia tejió alrededor suyo.
Al pensar en escribir estas palabras, lo primero que vino a mi cabeza fue el poema de César Vallejo “Los nueve monstruos”, que comienza diciendo “Y, desgraciadamente, / el dolor crece en el mundo a cada rato”, por el inmenso dolor que nos deja la partida de Cecilia.
Pero además y sobre todo, vino a mi cabeza ese poema porque termina con un magistral “¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos,/ hay, hermanos, muchísimo que hacer”. Y Cecilia tenía muy claro eso. No le alcanzaban las horas del día para hacer todo lo que se proponía. Arreglar el mundo, entre otras cosas. Solía decir: “Debo anotar esto en mi lista de las próximas 487 cosas que tengo que hacer”.
©Pepe Osorio
Como dije ya en el cementerio, Cecilia cargó la mochila de mantener vivo como un fuego sagrado del valor de la palabra. Que decir amor, decir libertad, decir familia, tuvieran sentido en el mundo del sin sentido, de la posverdad, donde Falabella habla mirándote a los ojos y Santa Isabel te conoce. Hacer que el sentido emanara de los hechos, no quedarse en las palabras. Demostrar con hechos concretos qué es eso de amar al prójimo, demostrar con tu propio ejemplo que es posible vivir la libertad más allá de las ideologías o de las convenciones culturales o de las morales dogmáticas, hacer que la familia sea la especie humana y no un accidente biográfico.
Pero me quedo corto. Porque si desde sus relaciones más directas Cecilia hacía que tuvieran valor y sentido esas palabras, amor, libertad, familia; también en su desempeño profesional y extraprofesional, en sus relaciones sociales y en múltiples espacios de convivencia, hacía que muchas otras palabras cobraran sentido y valor: patrimonio, barrio, vecindad, educación, comprensión, ética, arte, belleza, salud, ecología, solidaridad, justicia, memoria, feminismo, política, amistad. Todas palabras manoseadas a las que Cecilia les restituía su entereza, su dignidad. Cecilia hacía incluso que decir fiesta tuviera un sentido más que real.
Por eso esta antropóloga rancagüina pasó dejando una imborrable huella por donde anduvo, desde niña: los scouts, el Liceo 7 y la Universidad, así, sin identificación de una específica casa de estudios, porque Cecilia estudiaba en la universidad de la vida, convirtiendo en una sola las distintas universidades que la tuvieron como compañera de pregrado, de magíster y de doctorado. Me atrevería a decir que en algún momento la conocían todos los universitarios de Chile, sin necesidad de que hubiera pasado más que por un diplomado, dictado una clase como profe, o asistido a una conferencia como oyente. Así de potente era su campo energético, su irradiación.
De la misma manera, la escena con que inicié este texto afuera del Centro Cultural Manuel Rojas, es un testimonio más de la inmensa cantidad de gente que tuvo el privilegio de conocerla gracias a su incansable labor desde la Junta de Vecinos del Barrio Yungay. En la casa del mentado centro cultural, calle García Reyes 243, Cecilia tuvo su oficina durante los años 2007 y 2010, y nunca más se fue del barrio. Desde entonces fue uno de nuestros mejores cuadros profesionales, comprometida con las causas justas, compartiendo su pasión tan política como estética, social y cultural.
Cecilia era una mujer apasionada por todo cuanto hacía. Se diría que “se quería comer el mundo”, destilaba pasión, contagiaba energía y determinación. Una mujer incansable en todo terreno, como madre, como trabajadora, como compañera, como estudiante y educadora, que son la misma cuestión para alguien que ama de esa manera el conocimiento, como un océano en el que navegar. Amaba intensamente la vida y al mundo y al ser humano. Cecilia estudió y viajó hasta sus últimas horas, porque viajar era su forma de estudiar y conocer y de amar al mundo y al ser humano. De nuevo es inevitable la sensación de que faltan palabras para los multifacéticos espacios en que Cecilia anduvo revolviendo las cajoneras. Alguien también en el cementerio lo dijo así: le quedaba chico Chile.
Hay una categoría o forma de referirse a algunas mujeres como Cecilia, que se ha puesto de moda: mamá luchona. No me gusta esa categoría, no me gusta su nomenclatura. Pero entiendo a qué se refiere y efectivamente, creo que Cecilia pertenece a ese tipo de mujeres que en este país de huachos, de abusivos y de abusadores, han sacado la cara y el pecho por lo que llaman patria. Ellas, las Cecilias, son las que este país lleno de injusticias, mezquindades y maldad no merece. Su patria como ya dijimos era el mundo, su familia el ser humano. Pero qué garras. Qué fiereza irreductible a la hora de defender, de no rendirse, de dar pelea.
Nos queda Cecilia querida, la tarea de seguir adelante con tu ejemplo, hacerte vivir en cada abrazo que damos, dándolo sinceramente, con el pecho abierto y los brazos fuertes y estirados. Nos queda seguir luchando por las causas justas, seguir cuidando el fuego sagrado. En un mundo en el que crece el dolor a cada rato, combatirlo transpirando amor. Política, ecológica, estética, social y culturalmente.
El estacionador de autos del cementerio, al ver llegar a la multitud que acudimos, preguntó discretamente si se trataba de alguien famoso, o de alguna artista. La respuesta fue afirmativa, y no mentimos. Vuela alto Cecilia Muñoz Zúñiga. Nos vemos en el próximo capítulo.

PAL TINTO cítrico literario

"Pal Tinto, cítrico literario" fue un personaje creado para colaborar en El Desconcierto.cl, que nació como un Grinch en la víspera de la navidad del 2018 y publicó sus diatribas hasta mayo del 2019.

Acá, sus primeros dos hits.





Aguinaldo navideño

Oh, qué mes de mierda este. Ni siquiera es necesario apuntar a la patética imagen del marxista que denuncia el consumismo, gente con harta plata que no se hace regalos en esta fecha mira tú, porque eso es ser consumista. Poseros, falsarios, y además mezquinos, tacaños, como si no fuésemos todos todo el tiempo unos enfermos consumistas dependientes del mercado. Como si no lo adorásemos, como si no estuviésemos perdidamente enamorados del dinero.

Por Pal Tinto, cítrico literario / 23.12.2018
Me acaban de depositar un aguinaldo y estoy eufórico. No porque sea un aguinaldo abultado, jaja, no, qué esperanza. Igual son 10 luquitas pa hacerlas cagar. Pido perdón por mi vocabulario, señora, niños. Es que estas fechas me ponen así, un poco irascible, me vuelvo un Grinch, un mister Scroodge, un Pitufo Gruñón. Pero mire, no soy un ogro, creo que hay comprensibles y razonables causas para pasarlo pésimo en navidad, cuando se supone que debiésemos pasarlo regio. Para que entienda desde dónde le hablo y vea que no estamos tan lejos tampoco el uno del otro, le voy a contar un par de cosas.
Mi primer recuerdo de infancia respecto de la navidad es al mismo tiempo la celebración íntima y personal de mi propia temprana inteligencia, de mi sagacidad. Jamás les compré el viejo pascuero, cuentos a mí, ja. Hay fotos que lo testimonian. A mis 3 y a mis 4 y a mis 5 años, identifiqué siempre y en ese orden a quienes se disfrazaron ridículamente de Papá Noel trayendo los regalos. Mi tío Franco, mi tío Alex y finalmente mi propio padre. Este ya fue el colmo, lo miré con evidente sarcasmo, aunque es probable que él –todo un adulto cumpliendo chocho su labor de padre chocho- estuviese demasiado convencido como para entender mi gesto adusto. Fui un niño despierto como lo siguen siendo muchos. No los engañamos. Se hacen.
Porque cuando se es niño, la navidad son los regalos. Toda la monserga religiosa alrededor, es vano tedio. Cuando los adultos le explican el sentido de la navidad a los niños, los niños oyen como se oyen los adultos en Charlie Brown. Blablabla. Es el obstáculo a superar, el precio a pagar, el costo. Hay una perversa enseñanza ahí, mucho más honda que el “si te portas bien, te traerán tu regalo”. El mercado envuelto en la fe. El niño despierto cacha al tiro. Pero no se vaya a quedar con una mala impresión, no tuve una infancia desdichada, o sin amor, no, para nada. Saber que no había un viejo pascuero no me traumó ni me hizo un emo depresivo.
Yo vengo de una familia bien constituida, cristiana. En las navidades en mi casa mamá aún arma un pesebre, todas mis tías y primos compartimos una ceremonia que incluye hasta villancicos y antes o después de los regalos, un momento de “palabras”. Y mi padre se manda un sermón. Uno de los últimos recordados por mis primos chicos, que tienen ya 14 años, comenzó preguntándoles justamente a ellos, si cachaban dónde es que había nacido Jesús. Más o menos, respondió atolondrado el Nacho. En Palestina, aclaró papá. En medio de ese territorio disputado con Israel y al lado de Irán e Irak, Siria ¿se ubican? Ahí donde ahora mismo mueren niños a causa de los bombardeos ¿se ubican?
Como puede ver, no soy alguien que viva lejos de la realidad. Aunque concedo que mi padre es un poco radical o quizás exagera tratando de sensibilizar cristianamente a la infancia con la situación de los desposeídos en el planeta, me considero una persona medianamente informada. Mi padre estudió, yo estudié, mis abuelos no. Fui criado en la compasión y el amor al prójimo. Navidad es el nacimiento del niño Jesús, la imagen del pesebre evoca a una familia con el recién nacido, tíos, vecinos y hasta animales. Una cena familiar, una instancia para compartir y celebrar el amor con los seres queridos. Eso es la navidad. Y creo que mi experiencia es la de muchos.
Como puede ver, soy uno más de los que andamos por ahí, un peatón C3, un transeúnte de estación de metro. No odio la navidad, no soy tan ridículo como para odiar una efeméride. Simplemente soy ateo. Y respeto todos los credos aunque en mi juicio interior a muchos los compadezco. Porque para mí, la navidad es también, y acaso antes que una fiesta religiosa o una cena familiar, un evento, un fecha de mercado, un feriado administrativo, legal, tributario, un día del calendario que no puedes ignorar, no se puede evadir. No me hago el leso. Lo que pasa es que habida cuenta de tanto asesino y ladrón gobernando impunemente, y haciéndolo más encima en nombre del Señor, bueno, para mí es claro que Jesús aró en el mar. Más que celebrar la llegada de Cristo, deberíamos salir a protestar: ¡compañero Jesús de Nazaret, presente!
Dicho lo cual, me declaro en total sintonía y empático con todos los que rabian y maldicen en estas fechas. Porque comprendo muy bien de dónde viene su rabia. Viene de la pobreza. Yo soy pobre, lo vengo siendo hace un rato ya, y eso, en estas fechas, cada vez me pone más de mal genio. Creo que a muchos les puede resultar comprensible. La gente anda estresada y anda a los codazos porque con poca plata es difícil pasar la navidad. Y se supone que es una fecha de amor. Es así de simple.
Puestos los pies en la tierra entonces, observémoslo fríamente. Oh, qué mes de mierda este. Ni siquiera es necesario apuntar a la patética imagen del marxista que denuncia el consumismo, gente con harta plata que no se hace regalos en esta fecha mira tú, porque eso es ser consumista. Poseros, falsarios, y además mezquinos, tacaños, como si no fuésemos todos todo el tiempo unos enfermos consumistas dependientes del mercado. Como si no lo adorásemos, como si no estuviésemos perdidamente enamorados del dinero. Estamos atrapados, asúmanlo. El consumo me consume, dijo Tomás Moulián. Pero ni siquiera me refiero a eso, insisto. Porque siempre ha sido así, no sé de qué estamos hablando, para la navidad y para los cumpleaños, en esta latitud cristiana tercermundista, se hacen regalos, y punto, hace mucho tiempo. Salvo que seai judío. Costumbre, tradición, llámelo como quiera. No es en sí el consumismo lo que molesta. Como tampoco lo es ese otro lugar común: el ajetreo. El ir y venir como de hormiguero. Como si el resto del año el metro, la ciudad no fuera eso mismo. Las horas punta y la euforia navideña: todo lo mismo. Es el paquete completo, que nos vendieron y que compramos y que amamos y que necesitamos, inoculado en esa sangre virtual que corre por nuestras venas y que llamamos cultura. Reemplazamos las plazas por malls. Quien denosta estas fechas desde esa óptica engañosa de los izquierdistas de antaño, es un ingenuo o un hipócrita. Regalar es sinónimo de querer, de dar amor. Proveer. Fácil. Y como yo soy un miserable asumido en el doble sentido de la palabra, es decir en tanto pobre y en cuanto ruin, y siempre lo he pasado pésimo en estas amorosas fechas; le puedo decir algunas ideas que tengo para sobrevivir a esta época fatal año que siempre es tan como las reverendas.
Por ejemplo, para comenzar, como ya dije, la primera recomendación sería que si tiene un aguinaldo miserable, hágalo cagar. Si tiene uno abultado mi recomendación ni le interesa. Pero si es pobre como yo, hágalo cagar. Chúpeselo, jáleselo, fúmeselo. Es como un desquite. Le aseguro una incomparable experiencia, hasta curativa.





Un febrero de mierda, o el comportamiento estacional de la cultura chilena

https://www.eldesconcierto.cl/2019/02/01/un-febrero-de-mierda-o-el-comportamiento-estacional-de-la-cultura-chilena/

Ningún chileno con la bandera bien puesta en el rojo corazón se atrevería a hablar mal del Festival de Viña. Es casi un patrimonio. Con todo lo patético y burdo que se asocia hoy a él: desde una alcaldesa vitalicia y corrupta, hasta un piscinazo y elección de reina que se instala en la machista vereda opuesta de los tiempos antipatriarcado vigentes.

Por Pal Tinto, crítico literario / 01.02.2019
¿Qué se hace con este dato de la causa que parece un axioma infalible? La cultura, o mejor dicho el reducido espectro de manifestaciones artísticas que entendemos por cultura, es suntuaria. La cultura es suntuaria. Lo repito para tratar de entender en su profundidad la sentencia. Porque es una sentencia, como la que dicta un juez en contra de un delincuente. La cultura no es algo de primera necesidad, eso quiere decir. Es más bien un lujo, es accesoria. Y por eso muchas veces para el común de los mortales de esta terremoteada latitud, además, debe ser gratuita.
No hablamos de cultura en un sentido amplio y profundo, porque es sabido que antropológicamente hablando cultura es todo lo que hacemos, desde escupir en la calle hasta rayar con incomprensibles signos genitales las esculturas de las plazas. Hablamos entonces más bien de consumo cultural, de mercado cultural y de industrias culturales. Y en Chile, habida cuenta de la flagrante verdad antes enunciada (que el arte es suntuario), la realidad es que a pesar de los recientes Óscares y los antiguos Premios Nobel, y aún amén del pasajero éxito de Anita Tijoux o de Los Tres en los Grammy Latinos (por decir algo), el mercado, la industria y el consumo cultural chileno, es paupérrimo. Y además, estacional.
Si alguien duda de lo que estoy diciendo puede consultar los pocos estudios que el actual Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio tiene o ha hecho. Cifras sobran. Pero vale la pena aclarar, para no ser tildados de pesimistas, que cuando calificamos de paupérrimo este ecosistema, lo estamos haciendo en comparación con cualquiera de los países vecinos, chicos o grandes. Ni qué decir los países de la OCDE, que Chile tanto admira.
La Filsa, la Primavera y la Furia del Libro, el Fidocs y los festivales de cine de Valdivia y de Las Condes, el Santiago a Mil (ex Teatro a Mil), el festival internacional Danzalborde, y en fin, la inmensa mayoría de las actividades artísticas de relevancia e impacto nacional, se concentra entre los meses de octubre y enero. Digamos que la “temporada de cultura” se cierra con un Lollapalooza que despide el verano a fin de marzo. Es así no más. En otras fechas, el riesgo es demasiado alto. Traes a un invitado internacional y la sala está a la mitad. Imagínate la vergüenza.
Observe lo que pasa en marzo. No sólo es el mercado, el retail, la tele, la publicidad, no, es la mera realidad, todes estamos en otra con la vuelta al colegio de les niñes. ¿A quién se le va a ocurrir programarse en marzo para ir al cine o al teatro? Programación. Chile, un país que tiene programado su acceso a la cultura. Como los programas de televisión, que tienen el fin de semana como único momento para emitir algo que no sea una estupidez tras otra. Les Luthiers tenía un chiste al respecto, o sea que es de larga data y de todo el orbe el asunto: vea el programa cultural y educativo en su clásico horario de los domingos a la 1 de la mañana. Programación. Un país programado para sus consumidores y aún desde los artistas, porque los productores de ese material suntuario que es la cultura, los artistas, también se programan con tiempo por la financiera vía de los fondos concursables. Todo calza.
¿Qué actividades culturales que valga la pena hay en junio o julio? Ah, es que son las vacaciones de invierno de los colegios y universidades. Entonces los espectáculos disponibles abren un arco de transformers gigantes a dinosaurios mecánicos, o quizá, con suerte, una Comic-Con. Todo siempre y cuando se pueda hacer bajo techo, porque llueve y con lluvia la gente se queda en la casa. Ese es el imperativo que opera en todo el país, de ahí lo estacional de la programación. En invierno llueve, así que se cierra el teatro.
Oiga, pero Santiago no es Chile. Jaja. No. Solo es la capital y concentra casi a la mitad de la población, y al ojo un 70% de las actividades culturales. Mérito entonces el de las salas y compañías y la larga cofradía de aburridos y pertinaces creadores o gestores que levantan oferta artística en las regiones, a contrapelo de este axioma estacional. Si hasta con fino humor se bautizaron como Temporales Teatrales en Puerto Montt. Lo malo es que parece que el resto del país no entendió la ironía. La población del sur de Chile, que vive bajo la lluvia y no se amilana por cuatro gotas, siempre se queja de esa distancia impuesta al resto. Capitalinos (cagones) cobardes. Su temor a mojarse impacta en todo el país. Como si en Ancud la gente se quedara en su casa por la lluvia. No pues. Ah, bueno, no sé. Depende. Si llueve mucho y es para ir a ver una exposición de artes visuales, tampoco somos fanáticos.
Obsérvese lo que se nos viene ahora: febrero. ¡Febrero! Oh, qué mes de mierda. No, bueno, si lo prefiere, febrero no es un mes muerto, no, ¿acaso cultura es sólo el teatro, la danza, toda esa lata? Cultura es también lo que más hay en febrero. De hecho, febrero está cooptado por ese ícono de la cultura popular chilena, un emblema de la farándula televisiva nacional, el Festival de Viña.Ningún chileno con la bandera bien puesta en el rojo corazón se atrevería a hablar mal del Festival de Viña. Es casi un patrimonio. Con todo lo patético y burdo que se asocia hoy a él: desde una alcaldesa vitalicia y corrupta, hasta un piscinazo y elección de reina que se instala en la machista vereda opuesta de los tiempos antipatriarcado vigentes.
Pero bueno, ¿y qué tanto entonces?, ¿cuál es el problema? Chile es un país ordenado, siempre lo ha sido. Hay una época del año pa perder el tiempo en leseras artísticas y el resto del año trabajamos pues, haraganes. No, si está bien, nada, yo decía no más.
En febrero, si usted es de los suntuarios, mejor mandarse cambiar.

Fin del Mundo




Nunca le presté importancia ni atención a estos cantos de sirena. Uno ya sabe qué intención hay detrás de quienes se ponen a pregonar la estupidez en cualquiera de sus formas. Uno ya ha vivido profecías de acabo de mundo. Pero por alguna razón, esta vez sí le presté preocupada atención, acaso porque dentro de mi propia familia algunas personas, profesionales, con magíster y doctorado incluso, tuvieron la mala idea de comentar conmigo que los mayas, que el cierre de un ciclo astral, o no sé qué más.

Se dijo que la NASA dijo esto y aquello, que efectivamente hay un alineamiento planetario, que el corazón de la galaxia cuando no del universo. Dígame alguien si alguna vez la NASA ha dicho algo. ¿Alguien puede certificar que la NASA “habla”, es decir, emite comunicados oficiales? Nunca, jamás nadie ha podido establecer que lo que se supone dice la NASA efectivamente haya sido dicho por esa entidad, desde la supuesta autopsia a un marciano hasta el supuesto montaje de la llegada a la luna­. Si hay algún astrónomo o un físico leyendo estas palabras le ruego comente y haga la luz. Pero hasta donde uno sabe, depositando en la ciencia lo que llamamos fe los pobres mortales, parece evidente que la NASA no se va aponer a confirmar o desmentir lo que derechamente cabe en el plano de la superstición.

Yo lo único que quiero recordar es a quién sirve que la estupidez, la ignorancia y el miedo nos gobiernen. Me valdré entonces de una imagen, una anécdota sobre el oscurantismo lamentable en el que muchos viven aún.

Estaba yo en el Serviu para informarme de cómo funciona el sistema y eventualmente postular a un subsidio para comprar una vivienda, y haciendo la fila eterna pude oír un conmovedor diálogo entre dos mujeres, dos pobladoras de campamento probablemente, gente pobre, una de 35 años y la otra de unos 50, así al ojo. La menor le abría los ojos a la mayor:

-          Sabe que haciendo la tarea con mi hijo el otro día, supe que nuestro planeta se llama Tierra pero está hecho principalmente de agua?
-          No me diga?
-          Sí pues. Si el mar es más grande.
-          Ah de veras, el mar….
-          Exactamente, el mar es más grande que la tierra. Ahora dígame, porque esto es lo que yo me puse a pensar: ¿cómo es que la mar no se mete a la tierra? ¿cómo es que si el planeta es pura agua, no nos hemos inundado, y cuando llueve no queda la embarrá? ¿qué fuerza hace que el agua no se nos meta?
-          De veras…
-          Es más. Mire, ¿ve que el planeta está en el universo? Dígame: ¿qué fuerza hace que el agua no se salga del planeta? ¿y qué fuerza sostiene al planeta en el universo para que el planeta no se caiga? Dígame, qué fuerza cree usted que hace esas cosas.
-          No sé…
-          Dios pues.

Me dio una enorme pena lo que pudiera resultar de esas mujeres, enfrentadas como yo aquella mañana a funcionarios de un sistema que les hablarían en un lenguaje técnico, administrativo, procedimental. Pero más pena me dio el crudo testimonio de un oscurantismo que no puedo catalogar sino de medieval. Ese nivel de ignorancia.

Por supuesto hay autores y cómplices. El poder, como en la antigüedad, sigue residiendo en 2 arquetipos de casta, los que están casi en la cumbre de la pirámide, los jerarcas: sacerdotes y militares. Sobre ellos, sólo el nuevo dios: el dinero, la Banca, el FMI, los empresarios.  Y debajo de estas 3 tipologías poderosas, el aliado clave: los medios de comunicación. Cada vez que un periodista se limita a “hacer su trabajo” sin cuestionar lo que su entrevistado dice, se hace cómplice. Si el gobierno dice que desde ahora la tierra es plana, ¿puede el periodista limitarse a decir “el Gobierno informó que desde ahora la tierra es plana”? Eso es lo que hacen. Se supone que son profesionales, pasaron por la universidad, saben qué cosa es científicamente cierta y qué es charlatanería barata. ¿No deberían desenmascarar al mentiroso? Deberían. Pero un periodista, solo, no puede, pierde su trabajo. Se necesitaría un medio, una consciencia y ética extendida entre los periodistas, un frente. Pero como ya dijimos, el Dios se llama dinero. Y mejor no molestar a Dios, porque si quiere, mañana el planeta Tierra se cae al suelo.

Me quedo finalmente entonces, con un este poema de mi amigo Jaime Pinos:


Ha vivido toda su vida en el mundo del fin del mundo. 
Una época que pasa entre uno y otro apocalipsis. 
Hace unos meses, el cometa Elenin. 
Una gigantesca masa de roca y hielo en viaje hacia el centro del sol. 
Su alineación con la tierra provocaría el desastre. 
Explosiones solares, cambios en la órbita lunar, terremotos, erupciones volcánicas. 
Pero el mundo no se acabó. 
El cometa fue apenas una ráfaga de luz al telescopio. 
Ahora, las profecías mayas. 
2012. El año del fin.
Pero los códices mayas no hablan de un tiempo de muerte.
Hablan de un tiempo de renovación y claridad.
Ha visto en la televisión un programa 
donde unos tipos explican cómo construyeron sus búnkers 
para cuando el capitalismo colapse 
o la radiación haga inhabitable la superficie del planeta.
También ha visto un comercial de cerveza cuyo eslogan dice 
bienvenidos al último verano, el mejor verano del mundo. 
Ha visto toda su vida el espectáculo del fin del mundo.
Seguramente, no verá el fin del mundo del espectáculo.
No importa. 
Nunca ha creído en todo eso.
El mundo no se acaba.
El gato maúlla pidiendo su comida. La hija juega a tironearle la cola.
La mesa está puesta. Pronto llegarán los parientes a celebrar el año nuevo.
Vendrán los abrazos, los brindis, los deseos de buena fortuna.
Celebrarán como si no existieran cometas, ni profecías, ni búnkers.
Como si nunca fueran a acabarse los veranos.
Como si fuera posible un nuevo tiempo 
de renovación y claridad. 
Aprender a escribir en el Ahora.
Superar la superstición de la Posteridad.
El sol se va a apagar, eso es seguro.
Virgilio desaparecerá. El Dante desaparecerá.
Shakespeare desaparecerá. Cervantes desaparecerá.
Lo que escribimos, si acaso, serán huellas, marcas borrosas
para ser leídas en las piedras por los arqueólogos del futuro.
El futuro no existe. El futuro es el lugar adonde nunca se llega.
No se puede escribir allí.
Hay que aprender a escribir en el Ahora.
Kairós, decían los antiguos griegos.
La vida es ésta. Historia es este momento.
Cualquier día de éstos, cada día, es un día histórico.
La poesía sucede de un momento a otro.
Se cuela por los entresijos de la vida cotidiana
como la luz del sol que a través del ramaje tupido de las copas 
ilumina el corazón mudo del bosque.
Como esa luz, ese otro tiempo que es la poesía
entra en el tiempo perdido del trabajo alienado y los relojes,
ese ramaje que no deja ver el sol. 
La poesía entra en ese tiempo y lo aclara. 
Nos hace visible su fugacidad, 
nos muestra la fulguración de cada instante,
cada palabra, cada gesto, cada silencio.
Y se apaga. Se extingue en la oscuridad
de eso que llaman la Vida Real.
Se escribe contra la muerte, eso es real.
La poesía es esa breve luz que nos lo recuerda.
La vida es ésta. Historia es este momento.
Aprender a escribir en el Ahora.
Aprender a decir la palabra justa, justo a tiempo. 
Hacer lo necesario para estar ahí 
cuando la vida es radiante
y pasa volando ante nuestros ojos
como una luciérnaga que atraviesa el bosque 
y se pierde entre la noche y la nada.






a propósito de la Teletón... un cuentillo antiguo de este servidor



Tres anécdotas ortopédicas


por Rodrigo Hidalgo M. 
(versión actualizada del cuento publicado en la revista La Calabaza del Diablo, el año 2002)


Ahora que escribo esto, ocurre que no me cuesta tanto la dolorosa torpeza de mi índice de la mano izquierda. Me lo esguincé jugando de arquero y desde entonces he estado sin poder jugar a la pelota. Para alivio de algunos cuántos, no podré tocar la guitarra por un tiempo. Pero no por haberme malogrado algunas falanges voy a pretender entrar al tema tratando de aparentar una comprensión “en carne propia”. Tan patudo no soy. La conexión es acaso pedestre y tiene que ver con cierto humor negro con el que nos descoyuntamos de la risa tras la mencionada fatídica pichanga, de modo que es probable que alguno encuentre bien hideputa todo lo que viene. Pero como dijo el grajo, mejor vamos al grano.

Aquella vez, después de cambiar las zapatillas por zapatos, y por mi parte con el dedo improvisadamente entablillado, salimos el conjunto de deportistas con destino al correspondiente tercer tiempo. Para el lector lego aclararé de inmediato que el baby fútbol se juega, desde que yo lo conozco, de esa y no otra manera: con un tercer tiempo en el cual se dirime el resultado del encuentro, y que, por supuesto, se juega en el boliche más cercano. Así que ahí estábamos, en el tradicional Donde Bahamondes, cuando narré de esta manera la siguiente aventura.

Se lanzaba un libro o una revista, no vamos a esclarecer nimiedades, y era en otro bar este poético acto. La noche no prometía mucho, el público se fue yendo más que temprano, y antes de la una de la mañana estábamos los de siempre dispuestos a matar el último botellazo. En ese momento nos percatamos de una pareja de borrachísimos parroquianos que, en una extraña mesa, constituían la preocupación de la garzona, del cocinero y del dueño del restorán. El uno tenía un brazo postizo, más bien lo que se llama un garfio. El otro lucía una pierna ortopédica, dicho en crudo, una pata de palo. Diríase que entre los dos no se armaba uno bueno y sano. Hablaban elevando la voz en demasía y a todos los concurrentes nos decían algo, con ese idioma incomprensible que en la lengua te pone el trago. Un poco fastidiados por este hecho, y por la demora de cierto amigo que no llegaba con su siempre portentosa marihuana, decidimos emigrar. Los hombres de extremidades ortopédicas nos siguieron, o tal vez fueron inmediatamente expulsados del recinto, eso no estaba claro. Lo que vimos ya estando afuera del local es que el que carecía de un fémur dio unos torpes y desafortunados pasos mal apoyado en sus muletas, más bien dio tres elocuentes saltos, rápida y descoordinadamente, no logró mantener un mínimo equilibrio, su extremidad postiza giró por los aires, alocadamente y en todos los sentidos posibles, volaron las muletas y anteojos, y el ciudadano azotó su cuerpo y cara contra el pavimento. El que suponíamos era su amigo miró el hecho con una sonrisa etílicamente boba, afirmando con su garfio aún un vaso. Germán se acercó para atender al que quedó tendido en el suelo, que tenía ostensibles problemas para incorporarse. Pero acaso perturbado por la escena y el alcohol consumido, nuestro amigo casi cometió el agravante de pisar los anteojos del lisiado. Me di cuenta yo de esto y alcancé a tomar cartas en el asunto. Fue de esos momentos inapropiados en que un traicionero sentimiento de humanidad se apodera de uno. Ayudé al cristiano, sangraba profusamente, tenía un corte en la ceja, de los que lucen los boxeadores. Lo limpié con un par de pañuelos desechables. El tipo se sacó los pantalones y exhibió unos correajes y fajas tratando de colocarse la pierna ortopédica con una impericia prodigiosa. Germán increpaba al del garfio por mal amigo y de paso le pedía que le convidara un trago. La situación era dantesca, diría más tarde Jaime. Al cabo de algunos minutos sin lograr encajar en el muñón del muslo la prótesis, comencé a impacientarme. El hombre entonces hizo algo que desmovilizó mi humanista conciencia solidaria. Se tocó la ceja sangrante y tras mirarse la mano manchada, se limpió en mi abrigo, en mi hombro que lo sostenía y en la solapa de mi pecho. Lo senté en la vereda, en calzoncillos y luchando con sus arneses, y regresé algunos metros más allá, pidiendo que de una vez por todas nos largáramos a mis amigos que miraban con estupor el cuadro. Germán se despidió estrechando sus cinco dedos de carne con los tres metálicos del otro personaje. Lo último que vimos fue que éste, el del garfio, se despedía a gritos de nosotros levantando con su mano buena, a modo de quien agita un pañuelo, la pierna postiza del cojo.

Tras narrar esta anécdota, se instaló entre los contertulios del Bahamondes, un airecillo risueño y nervioso a la vez: estábamos ad-portas de que se iniciara en todo el país una tradicional celebración del morbo y la sensiblería barata, una televisada colecta de dinero de 3 días en beneficio de niños discapacitados, conocida como “Teletón”. Un negocio enmascarado, obviamente. Con sus detractores y todo, el tema resultaba delicado, era fácil herir susceptibilidades. El Negro aportó entonces, quizás con la torpe intención de relativizar nuestro ánimo sarcástico, una nueva historieta:

Mi ex novia, Ana, ¿la recuerdan? Exacto, la del bastón. Tenía una ligera displasia de caderas. Bueno, en las postrimerías de nuestra relación me tocó acompañarla a hospitalizarse, para someterse a la operación que a la postre la liberaría de las muletas. Entonces conocí a un tullido de cuyo nombre jamás me voy a olvidar. Previsto Vargas. Era un tipo de unos 50 años que estaba en la misma habitación que Ana. Eran 2 camas destinadas a los pacientes “en tránsito”, vale decir a los recién ingresados o a los que estaban a punto de ser dados de alta. Ni bien Ana quedó instalada, este tipo saludó cordialmente y se presentó. Previsto Vargas, separado, ex chofer de micros y recientemente cartero, de un día para otro había quedado paralítico de su pierna derecha comenzando una travesía homérica de exámenes y medicaciones sin que se pudiera aún identificar la raíz de su problema. Casi vivía en esas camas “en tránsito”: era diabético y sufría del corazón, de modo que siempre lo estaban trasladando de traumatología a neurología o a cardiología. Llevaba la conversación –o monólogo- con un interés o con una ansiedad que me harían pensar más tarde si acaso el hombre no estaba en el fondo gritando de pavor. Como si hubiésemos entrado en una confianza digna de añosos amigos, agregó risueño y dirigiéndose ahora a Ana, que cualquier cosa mija se la pidiera a él no más, que se sabía todas las “papitas” del hospital: soy cartero, soy sapo profesional, explicó. Y detalló cuánto ganaban las enfermeras y cuánto los paramédicos; cómo lo hacían los pasantes y practicantes para ir al baño y comer en un régimen que los obligaba a trabajar 12 horas de turno sin descanso ni remuneración alguna; de lo simpáticas que eran las estudiantes de enfermera de tal universidad, que justo tendrían turno esa noche en traumatología; y finalmente de la sospechosa relación de la nutricionista con el enfermero jefe, un verdadero latin lover. En ese momento entró una enfermera y recabó información de rutina, tomó la presión y temperatura a Ana y luego le preguntó otros datos. Su peso y preferencias alimentarias, si iba al baño con regularidad o no. Me perturbó saber que Previsto estaba atento a todo ello. Al mirarlo constaté que estaba pendiente de la transparencia del delantal de la enfermera. Entones me miró con complicidad y guiñó un ojo. Mi pensamiento entonces se dirigió a averiguar con qué velocidad podía Ana ser trasladada a otra habitación. Como si hubiese leído mi mente, la enfermera señaló a continuación que pronto iban a derivarla a traumatología, donde se liberaba una cama en el transcurso de la tarde.

No acabábamos de reírnos de buena gana cuando el “Chico” César aprovechó la nueva ronda de cerveza diciendo: yo tengo una mejor. E inmediatamente nos preguntó si sabíamos lo que es un espástico. Ni idea. Espásticos son los que se mueven así, dijo César, y se movió como si tuviese el mal del sambito o algo por el estilo. Supongo que es un problema neurológico, del sistema nervioso central, de no control muscular o algo así. Una enfermedad terrible. En realidad un lector prudente buscará un diccionario para saber con precisión lo que es un espástico, yo me remito a contar el cuento. Dijo César:

Iba solitariamente sentado en un asiento de los de adelante en la micro, cuando al pasar por Alameda con Av. Las Rejas, unos tipos subieron en silla de ruedas a un espástico. Lo acomodaron al lado mío y dijeron al chofer algo que no entendí bien pero que incluía calle Maipú y “una casa en Compañía”. Era claro que el enfermo no podría descender por sus propios medios, y que alguien debería convertirse en el buen samaritano. Pues bien, lo ví venir, esperé que ése alguien no fuese yo, que ése alguien se sentara adelante, al otro lado, atrás mío. No fue así. Cuando ya la micro iba pasando Maipú con Compañía, la moral revolucionaria que nos han inculcado nuestros padres, me hizo decirle al chofer: pare, pare, este compadre se baja aquí. Así que ahí estaba, con el espástico en silla de ruedas y una misión inaudita producto de la poca prisa que tenía aquella mañana de aburridas diligencias. Me dije, bueno, hagamos lo que hay que hacer con el mejor ánimo. Encaré al hombre tratando de descifrar su destino: ¿a dónde va compadre? Su respuesta fue una serie de movimientos y gestos que reflejaban su esfuerzo por comunicarse conmigo. Balbució finalmente un incomprensible: “mmghfffmmghfffUTHA!!!”. Imaginé que el señor iba o al hospital o a alguna casa de reposo de las que hay por el sector. Emprendí la marcha en busca de alguien que conociera al espástico. Pregunté aquí y allá. Cada vez que nos decían “no, no es de aquí”, el también decía “no” moviéndose entero de un lado a otro. Entonces yo volvía a preguntarle ¿a dónde vas? Y el volvía a balbucear “mmghfffmmghfffUTHA!!!”. Tras una hora paseando por la Quinta Normal, la parroquia más cercana y los centros asistenciales, mi moral revolucionaria se había esfumado. Lo último que hice fue tocar la puerta de una casa cualquiera, con la intención de traspasar la responsabilidad. Una señora me atendió y luego de escucharme (sabe, igual llevo una hora y me estoy retrasando demasiado ¿usted no sabe de dónde puede ser este caballero?) comenzó a intentar lo que yo ya había intentado hasta el cansancio. La respuesta seguía siendo “mmghfffmmghfffUTHA!!!”. Su comentario me pareció insulso: qué maldad, cómo lo suben así a la micro. Luego la señora se excusó con que se le quemaba el almuerzo y cerró la puerta definitivamente. Miré al espástico con la cara más elocuente que pude. Supongo que el tipo debe haberse sentido pésimo, peor que yo, no lo sé. Era en realidad una circunstancia que no se la doy a nadie, viejo. De pronto, en una iluminación divina, comprendí sus movimientos. Reparé en que tenía un papel arrugadísimo y sudado en una mano. No me digas que... Le abrí el puño sintiéndome un tarado y leí el papel: “calle Maipú, casa de damas de compañía”. Demoré un instante en comprender. Miré nuevamente al espástico y no conteniendo mi sorpresa exclamé “¿¡vai a putas!?”. El espástico repitió entonces su “MGFUTHA!!! UTHA!!! UTHA!!!” con evidente alegría, saltando en la silla de ruedas. Me dirigí sin más demora a uno de esos cités que al inicio de calle Maipú ostentan la triste fama de ser de los lenocinios más baratos y peligrosos de Santiago. No lo podía creer, pero después de pensarlo, ya en el camino directo, me dije: de más que sí poh, por qué no, si el loco es persona y obvio que necesita culiar. Entonces le pregunté que quién era el irresponsable que lo mandaba así a putas. Esta vez fue claro: “apá”. No crucé ni siquiera una palabra con la primera puta que vi. Lo dejé en sus manos, di media vuelta y partí en busca de un amigo que vive por ahí cerca. No sabís lo que me acaba de pasar, vamos, vamos, por favor acompáñame que necesito tomarme un buen trago, yo invito hueón.

La mayoría de los presentes gozó en buena ley con estas anécdotas, acaso recordando las múltiples lesiones que entre pichanga y pachanga nos hemos ocasionado, desde mi insignificante esguince hasta una ya antigua fractura de tibia de “Kokan”, pasando por supuesto por las constantes luxaciones del “Caballo” Raulazo y del propio “Chico” César, de Rapaz, del Negro, de Parra, y del Ché Sandoval, quien entre risa y risa exclamaba “¡qué hijo de puta! ¡tenés que escribir todo esto!". Así lo hice.

MANUAL PARA UN ACTIVISTA DESORIENTADO




MANUAL PARA UN ACTIVISTA DESORIENTADO 
 (o por qué y por quién votar)



Mi carnet 

 La primera vez que voté fue en 1984, a los 9 años, en cuarto básico, en la Escuela n° 33 de la ciudad de La Plata, Buenos Aires, Argentina. Se armó con unos biombos una cabina o cuarto oscuro para votar en secreto, una profesora trajo una caja de cartón que hizo de urna, se imprimieron papeletas con los 2 candidatos a la presidencia del curso, y se nos entintó el pulgar derecho tras sufragar. Todo un procedimiento serio y a la vez entusiasta, que abarcó las primeras horas de clases de aquella reveladora jornada. Era la formación cívica que recibía sin darme real cuenta de lo que implicaba, en mi recién estrenada calidad de hijo de exiliado, en un país en el que la educación pública era y la ciudadanía aún es de un indudable nivel para los estándares latinoamericanos.

 Ahora que lo pienso, cursando el 2do básico, años antes, en Santiago de Chile, había sido yo el presidente del curso. Eso había sido en una escuela básica de la comuna de Macul, no recuerdo en cuál. Pero sí recuerdo que la manera en que se me “eligió” no tuvo nada que ver con papeletas ni urnas ni biombos. La profesora jefa del curso me propuso a voz en cuello, preguntó si estaban todos de acuerdo, el coro de mocosos de 7 años no se opuso, y me decretó presidente de curso. Tampoco recuerdo haber hecho ejercicio alguno del infantil cargo.

 Años más tarde, de vuelta a Chile para ver el prometido arribo de la alegría, volví a sufragar en elecciones escolares. Fui delegado, secretario y presidente del centro de alumnos del Liceo Amunátegui, en los inicios de los insufribles años 90s. Me quisieron reclutar el Movimiento Juvenil Lautaro y las JJCC. Pero ya entonces, intuitivamente acaso, me negué a militar en ningún partido político. Mi padre era del MIR, y el MIR estaba muerto, desintegrado. No había por lo tanto ningún referente que me convenciera, e incluso esa militancia mirista de mi padre me resultaba ya distante, extemporánea.

 Sin embargo el bicho politiquero que se oculta en mí, me llevó en cuanta ocasión hubo, a opinar, a discutir, a “participar” sin votar. El 93 fui simpatizante de Manfred Max Neef, indignado por la promulgación de un cura por parte de los sectores de izquierda tradicionales. Para la segunda vuelta apoyaba al Güachuneit y su “Anula con la Tula”. Ingresé a la U, tiré molotovs, me encapuché y me creí anarco. Pero confieso que no había leído ni a Bakunin. El 99 ya estaba saliendo de la U, y la posibilidad cierta de que ganara Lavín me hacía dudar, pero aún así me mantuve fuera del registro electoral. Lagos y su dedo me hacían pensar en una bestia sedienta de poder, un tipo que por fin iba a hacerse del cargo para el que se creía nacido. Al comentar los debates televisivos, mi apoyo iba a la Gladys. Y ojo, que no es menor decir que se apoyaba a los comunistas: uno por entonces había participado en la Fech y se había enfrentado vehementemente a las JJCC desde la trinchera de la Surda, red de colectivos estudiantiles y poblacionales de lo que ahora se llama izquierda autónoma. Esa fue para mí la experiencia más parecida a lo que debe ser la militancia política, aunque cualquiera de los actuales integrantes de la Surda probablemente negaría mi adhesión a sus filas: así de lamentable y errática fue mi participación como dirigente en ese colectivo.

 Buscando horizonte laboral, y decepcionado de aquella experiencia pseudo-militante en la Surda y en la izquierda autónoma (tan buena para pelearse intestinamente), me convencí de que el trabajo era más lento y largo: combatir -como dice un poema de Pepe Cuevas- en el propio corazón la lógica del sistema. Escéptico de todo menos de la poesía, me refugié en la amistad literaria de La Calabaza del Diablo, a tratar de inventar algo nuevo desde una trinchera en la que al mismo tiempo ser feliz. A construir grano por grano de arena un castillo que el mar se llevará cuando la marejada crezca. Reconstruir el sentido de comunidad y de humanidad en un mundo cada vez más inhumano.

 Sin querer pero queriendo, fui elaborándome un nicho como una mezcla de periodista / literato / profesor / gestor. Trabajo en políticas culturales desde hace más de 10 años. Y lo hago actualmente desde un centro cultural que lleva el nombre del único escritor anarquista que he leído y con placer, Manuel Rojas. Es un espacio autónomo y autogestionario, levantado a pulso, en el cual se reúnen peruanos, gays, escolares, artistas y cuanto personaje freak puedan imaginarse. Lo hago como se hacen todas estas cosas, por amor al arte, por la satisfacción íntima de creer que estoy aportando en algo a construir un país más civilizado, más justo, más humano. Pero además trabajo en políticas culturales en otro sentido. En el sentido remunerado. Porque me gano el sustento desde hace 10 años haciendo distintas cosas y en distintas pegas siempre relacionadas con ese engendro que se llama Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Sé cómo se manejan las licitaciones, cómo se priorizan o estancan los destinos de las platas, cómo funciona la administración pública, mediocre y turbia, en un ministerio penca, chiquitito, sin visibilidad ni importancia más que para los cuatro gato alucinados que en este país leen, o saben lo que es danza contemporánea, o van al teatro. Conozco lo que la Concertación ha venido haciendo torpe e improvisadamente, copiando modelos de afuera, para variar. Una vez me llamó una tipa, diseñadora, me preguntó de qué partido era y con quién tenía que hablar para conseguir pega en el CNCA. Le dije que yo no militaba y que entré por recomendación profesional, como periodista especializado en danza. Yo soy del PPD me respondió ofuscada. El poeta Germán Carrasco también sospechaba (no debe hacer sido el único) de mi filiación política cuando entré a Balmaceda. Y llevaba pocos meses en esa institución cuando la directora de entonces nos pidió a todo el equipo que la acompañáramos a hacer puerta a puerta por la candidata presidencial de la Concerta. La secretaria no pudo negarse. El resto nos abstuvimos indignados. Pero todos se escandalizaron cuando supieron que yo no estaba inscrito. Ni siquiera entonces lo hice. ¿Para votar por la Michelle? No, gracias.

 Así y todo, pasados casi 20 años de una Concertación traicionera y de un PC estalinianamente dogmático y arrastrado, me importó poco que a la siguiente elección, la Alianza pudiera de verdad llegar a ser gobierno. Me repetí: todos son lo mismo. Son primos, se casan entre ellos, participan juntos en directorios de empresas, sus hijos van a los mismos colegios. Son lo mismo. Resiste: la tarea es otra, más larga y lenta. Y me mantuve no inscrito.

 Hoy pienso distinto 

 Primero que nada hoy veo de otra manera esa pelea entre las dos lógicas que entendía como antagónicas: cambiar el sistema “desde adentro” o “desde afuera”. Uno sabe y supo muy rápido que la democracia era un tongo. Que cambiar el sistema desde adentro no es real. Que la camisa de fuerza que la dictadura dejó es mucho más que las leyes que rayan/estrangulan la cancha en todos los ámbitos de la vida pública y privada. No sólo es la constitución lo que hay que cambiar. Hay un país al que hay que curar el alma. Por eso uno siempre ha estado del otro lado. Afuera, al margen. Negándose a validar este sistema, este rayado de cancha. Marchando y protestando.

 Una parte mía sigue creyendo en ello. Pero otra ya no.

 Uno ya no puede ser un optimista iluso e irresponsable y querer perpetuar o agravar la crisis de representación. La política en sí misma no es mala. Ese discurso es el de los dictadores, que satanizan a los “señores políticos”. La política como la hemos defendido es sana y necesaria. Por eso no podemos dejar que la falta de confianza en este sistema político, por penca que sea, lo socave hasta el final. Eso equivale a apostar a un “que se vayan todos” como Argentina el 2001. Pero lo cierto es que los propios hermanos trasandinos, al final, igual fueron a votar. Se necesita gobernantes porque nuestras sociedades enfermas de un individualismo demencial no están como para auto-organizarse y autogobernarse prescindiendo de las estructuras e instituciones que heredáramos de nuestros próceres bicentenarios. Hubo primero que nada un corralito en Argentina, y surgieron clubes de trueque, y fábricas que pasaron a manos de sus trabajadores, hubo asambleas barriales y recuperación de recursos naturales. Pero finalmente hubo que ir y votar por los Kirchner. Por el mal menor. Porque Argentina es un país politizado y educado cívicamente a pesar de todo. La gente habita políticamente su polis: todos corrieron a votar. No hubo otra.

 ¿Qué pierdo con ir a votar? “Estoy legitimando un sistema político viciado y caduco”. ¿Sólo entonces lo estoy legitimando? ¿Y cuando compro el pan y pago impuestos? ¿Y cuando compro el diario para buscar un trabajo? ¿Y cuando diseño e imprimo publicidad atractiva en flyers para difundir un taller de yoga? El “sistema” (político, económico, socio-cultural, etc.) es el que hay, el que impera, el real, y aunque no vote estoy sometido a él. Es tan real que me afecta aunque yo haga política “desde afuera” con mi centro cultural, mi revistita, mi colectivo minoritario, mi autogestión de bicicleta. Pero los que hacen esa otra política, los que “desde adentro” hacen esta democracia penca, con Patos Laguna y Carlas Ochoas, esos son los que toman decisiones que afectan todas las esferas de mi vida. Porque ya no me mantienen mis viejos y he tenido que sacar cuenta-rut y pagar isapre. Porque ya no me puedo dar el lujo que me daba antes de agarrar a escupitajos al guatón UDI que me tocaba como compañero de curso, o al viejo facho que me tocaba de profe. Porque ahora tengo que convivir como ciudadano, como vecino, como trabajador, con gente de mierda, que en este país no es poca. Pero ¿qué hacer? ¿Correrles bala a todos los fachos culiáos? Tengo que convivir con esta gente. Tengo que negociar. Tengo que aprender a buscar sin asco el puto consenso. Así es lo que se llama la real politik.

 Pero además en este país se está precisamente viviendo un momento clave, en el que se puede reconstruir el vínculo entre una Polis y la Política. Porque hay protestas trascendentes, reivindicaciones colectivas transversales, que abren desde otra lógica el panorama, la manera de enfrentar la política, el espacio de lo público, porque apelan al sentido común. Porque en este mundo es o debiera ser de sentido común el derecho a la educación y a la anticoncepción, la defensa del medio ambiente, la no discriminación. Pero este país es de un conservadurismo medieval, y a eso se está enfrentando. No sé cuándo ni cómo, pero sí, algo cambió. Algo se avanzó en este país desde la perspectiva de género, desde la noción de ciudadanía. Tuvo que ser gobierno la derecha para que saliéramos a protestar de otra manera, con un sentido profundo. Y en eso estamos: Piñera mete a cada segundo más la cabeza en el wáter, es vergonzoso decir en el exterior que nos gobierna un remedo de Calígula al que poco le falta para nombrar intendente a su caballo, y hasta hay un alcalde habla del cuco sin asomo de pudor. Mientras, la oposición puede darse el lujo de dormir a la espera de que los gobernantes de desbarranquen solos, y el río está tan revuelto que surge un MEO o un Parisi con tan poco talento que se les nota el arquetipo latinoamericano del ladrón populista y del oportunista chanta. 

Entonces es a la ciudadanía a quien le corresponde tomar las riendas, y uno puede ver que esto ha ido ocurriendo al constatar que se ha politizado la discusión en las asambleas de los liceos, y de cara a elecciones municipales aparecen vecinos de barrio con trayectorias demostrables de compromiso e interés por sus problemas, postulándose a concejal o a alcalde. Por eso uno debiera celebrar, porque es un triunfo de esa otra política, la de afuera, la que está emergiendo, como agua limpia desde el fondo del pantano, subvirtiendo el orden establecido de la real politik. Lo que uno ve, cuando aparece una Josefa Errázuriz en Providencia, una Rosario Carvajal en Santiago, o hasta un Lulo Arias en San Joaquín, es que gente genuinamente preocupada y luchadora, que ha estado junto a uno haciendo política desde afuera en espacios no institucionales, está dando el paso para que sean los “partidos políticos tradicionales” los que se pongan a la fila, detrás del movimiento social. Porque es nefasto que esta crisis de representación política nos haga desconfiar de cualquier semilla, brote, primicia. Porque cuando hay posibles alternativas genuinas, se da vuelta la lógica perversa y se restituye el sentido de lo político. Más allá de que el Lulo haga un rap infumable y la Josefa sea una vieja terriblemente cuica. No es la persona, sino el proceso. No es el candidato sin no el trabajo que hay detrás suyo. Las ideas.

 Por eso en las próximas elecciones municipales voy a votar por primera vez en mi vida. Tengo 37 años y debo haber sido el último pelotudo que se inscribió en el registro electoral a escasos días de que se promulgara la inscripción automática. Y no sólo será mi primera vez, sino que además lo voy a hacer con pleno convencimiento, aunque sea por un cargo menor, una candidata a concejala por la comuna de Santiago. ¿Qué hará, de ganar mi amiga Rosario, siendo una concejala independiente y alternativa en un municipio kafkiano como el santiaguino, rodeada de concejales militantes de alianza o de concertación, o quizás incluso del PC? Probablemente poco más que ser una piedra en el zapato del alcalde de turno. Probablemente mucho más que todos los otros concejales.

 Es así: caca o pichí 

 E iré más allá aún. Porque no sólo voy a apoyar a Rosario en Santiago. Sino que además voy a votar por la Concerta para alcalde. Y todo indica que para las presidenciales tendré que votar por Bachelet. Ojalá que no (ojalá pase algo que cambie radicalmente el escenario, pero no se me ocurre qué puede ser). Ya lo dije en un artículo de opinión anterior. La revolución ya no fue. Es por esta vía el asunto. Entonces votaré por Michelle a pesar del asco que me dan los mediocres y vendidos delincuentes de la des-concertación.

 Y es que el planeta entero está en una situación similar. En la mayor parte del mundo hay seudo-democracias más simbólicas que participativas. En todo el orbe el modelo es más o menos el mismo, y no se ve diferencias de fondo entre demócratas y republicanos, entre laboristas y conservadores, entre socialdemócratas y liberales. Y la gente se abstiene groseramente, y son minorías las que siguen eligiendo a gobernantes que pertenecen a minorías más minorías aún. ¿A qué se aspira entonces? Al mentado y manoseado mal menor.

 Ya sabemos que la Concertación y la Alianza no tienen muchas diferencias en sus programas políticos y económicos. Que a la hora de la verdad ni los unos ni los otros tienen asco en vender el litio, ni tienen idea de cómo cresta arreglar el problema de la Educación (o no lo quieren arreglar, pero necesitan tranquilizar a la ciudadanía que exige cambios al respecto). Y sabemos que las pocas veces que algún chascón de la Concerta quiso empujar un poco el barco hacia posiciones más progresistas, de defensa del Estado, o de defensa de los derechos civiles de las mayorías, tuvo que negociar no solo con sus propios Escalonas, Freis y Girardis, o con la Alianza, sino con los poderes fácticos, llámese Iglesia, Fuerzas Armadas o empresariado. Y finalmente, en la misma lamentable cuerda, sabemos que el PC va a negociar cuantas veces sea necesario con la DC para lograr un cupo en el parlamento. Es así.

 Pero si hablo desde mi experiencia personal, tengo que agregar que en políticas culturales, en poco más de 2 años, la derecha ha demostrado cuán distinta es a esta desconcertación ominosa. Porque si por la Alianza fuera, sencillamente se acaba el Fondart y se acaban los centros culturales, y basta de revistas y de excusas para hippies drogadictos, y el arte como lujo para los ABC1 que por algo tienen buen gusto, y al resto nos cierran galpones y sucuchos okupas y nos tapan de farándula y Pilar Sordo para todos. De modo que ya no me digan que la Concerta y la Alianza son lo mismo. Son, concedo, caca y pichí. Y a estas alturas es obvio qué es lo que prefiere cualquier humano con una pizca de sentido común.