La última fiesta de Ceci Lú


La última fiesta de Ceci Lú

https://www.eldesconcierto.cl/2018/11/15/la-ultima-fiesta-de-ceci-lu/

El fin de semana pasado las puertas del Centro Cultural Manuel Rojas en el barrio Yungay estuvieron abiertas noche y día para despedir a una joven antropóloga que se la jugó por la defensa del patrimonio barrial. Será por eso que tantos vecinos, activistas, artistas, familiares y amistades se asomaron al velorio y funeral. Aquí un perfil (que siempre quedará corto) de Cecilia Muñoz Zúñiga, Ceci lú para sus amigos y amigas que eran infinitos.

Por Rodrigo Hidalgo / 15.11.2018
¡Dios mío: un ser humano!
Desde las 22 hrs. del sábado 10 de noviembre fueron centenares de personas las que acudieron a despedirse del cuerpo de Cecilia Margarita Muñoz Zúñiga en el Centro Cultural Manuel Rojas, donde fue velada de acuerdo a su voluntad. Así, fue una multitud la que afuera de dicha casa se reunió para, cerca de las 3 de la tarde del domingo 11, ver salir su féretro y brindarle una emocionada ovación. Todo el vecindario, el Barrio Yungay, estaba conmocionado por el ilustre deceso. Desfilaron personajes como el poeta Mauricio Redolés; la actriz Claudia Pérez y su esposo el actor Rodrigo Muñoz; conocidos defensores de los derechos humanos, como “el Dago”, hijo de Lumi Videla, y hasta el diputado Gabriel Boric (y sabemos que Cecilia los aplaudió sonrojada pero feliz y agradecida). La cantante de tangos Kathy Campos entonó algunas melodías junto a David Santis en el bandoneón, y más tarde el hermano de éste, el recordado “Papito” del ex Pedagógico, hizo lo propio con la guitarra. La popular Fuente Mardoqueo auspició con sándwiches y café para los numerosos amigos y familiares que se multiplicaron dando cuenta de lo amplio del círculo de cariño que Cecilia tejió alrededor suyo.
Al pensar en escribir estas palabras, lo primero que vino a mi cabeza fue el poema de César Vallejo “Los nueve monstruos”, que comienza diciendo “Y, desgraciadamente, / el dolor crece en el mundo a cada rato”, por el inmenso dolor que nos deja la partida de Cecilia.
Pero además y sobre todo, vino a mi cabeza ese poema porque termina con un magistral “¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos,/ hay, hermanos, muchísimo que hacer”. Y Cecilia tenía muy claro eso. No le alcanzaban las horas del día para hacer todo lo que se proponía. Arreglar el mundo, entre otras cosas. Solía decir: “Debo anotar esto en mi lista de las próximas 487 cosas que tengo que hacer”.
©Pepe Osorio
Como dije ya en el cementerio, Cecilia cargó la mochila de mantener vivo como un fuego sagrado del valor de la palabra. Que decir amor, decir libertad, decir familia, tuvieran sentido en el mundo del sin sentido, de la posverdad, donde Falabella habla mirándote a los ojos y Santa Isabel te conoce. Hacer que el sentido emanara de los hechos, no quedarse en las palabras. Demostrar con hechos concretos qué es eso de amar al prójimo, demostrar con tu propio ejemplo que es posible vivir la libertad más allá de las ideologías o de las convenciones culturales o de las morales dogmáticas, hacer que la familia sea la especie humana y no un accidente biográfico.
Pero me quedo corto. Porque si desde sus relaciones más directas Cecilia hacía que tuvieran valor y sentido esas palabras, amor, libertad, familia; también en su desempeño profesional y extraprofesional, en sus relaciones sociales y en múltiples espacios de convivencia, hacía que muchas otras palabras cobraran sentido y valor: patrimonio, barrio, vecindad, educación, comprensión, ética, arte, belleza, salud, ecología, solidaridad, justicia, memoria, feminismo, política, amistad. Todas palabras manoseadas a las que Cecilia les restituía su entereza, su dignidad. Cecilia hacía incluso que decir fiesta tuviera un sentido más que real.
Por eso esta antropóloga rancagüina pasó dejando una imborrable huella por donde anduvo, desde niña: los scouts, el Liceo 7 y la Universidad, así, sin identificación de una específica casa de estudios, porque Cecilia estudiaba en la universidad de la vida, convirtiendo en una sola las distintas universidades que la tuvieron como compañera de pregrado, de magíster y de doctorado. Me atrevería a decir que en algún momento la conocían todos los universitarios de Chile, sin necesidad de que hubiera pasado más que por un diplomado, dictado una clase como profe, o asistido a una conferencia como oyente. Así de potente era su campo energético, su irradiación.
De la misma manera, la escena con que inicié este texto afuera del Centro Cultural Manuel Rojas, es un testimonio más de la inmensa cantidad de gente que tuvo el privilegio de conocerla gracias a su incansable labor desde la Junta de Vecinos del Barrio Yungay. En la casa del mentado centro cultural, calle García Reyes 243, Cecilia tuvo su oficina durante los años 2007 y 2010, y nunca más se fue del barrio. Desde entonces fue uno de nuestros mejores cuadros profesionales, comprometida con las causas justas, compartiendo su pasión tan política como estética, social y cultural.
Cecilia era una mujer apasionada por todo cuanto hacía. Se diría que “se quería comer el mundo”, destilaba pasión, contagiaba energía y determinación. Una mujer incansable en todo terreno, como madre, como trabajadora, como compañera, como estudiante y educadora, que son la misma cuestión para alguien que ama de esa manera el conocimiento, como un océano en el que navegar. Amaba intensamente la vida y al mundo y al ser humano. Cecilia estudió y viajó hasta sus últimas horas, porque viajar era su forma de estudiar y conocer y de amar al mundo y al ser humano. De nuevo es inevitable la sensación de que faltan palabras para los multifacéticos espacios en que Cecilia anduvo revolviendo las cajoneras. Alguien también en el cementerio lo dijo así: le quedaba chico Chile.
Hay una categoría o forma de referirse a algunas mujeres como Cecilia, que se ha puesto de moda: mamá luchona. No me gusta esa categoría, no me gusta su nomenclatura. Pero entiendo a qué se refiere y efectivamente, creo que Cecilia pertenece a ese tipo de mujeres que en este país de huachos, de abusivos y de abusadores, han sacado la cara y el pecho por lo que llaman patria. Ellas, las Cecilias, son las que este país lleno de injusticias, mezquindades y maldad no merece. Su patria como ya dijimos era el mundo, su familia el ser humano. Pero qué garras. Qué fiereza irreductible a la hora de defender, de no rendirse, de dar pelea.
Nos queda Cecilia querida, la tarea de seguir adelante con tu ejemplo, hacerte vivir en cada abrazo que damos, dándolo sinceramente, con el pecho abierto y los brazos fuertes y estirados. Nos queda seguir luchando por las causas justas, seguir cuidando el fuego sagrado. En un mundo en el que crece el dolor a cada rato, combatirlo transpirando amor. Política, ecológica, estética, social y culturalmente.
El estacionador de autos del cementerio, al ver llegar a la multitud que acudimos, preguntó discretamente si se trataba de alguien famoso, o de alguna artista. La respuesta fue afirmativa, y no mentimos. Vuela alto Cecilia Muñoz Zúñiga. Nos vemos en el próximo capítulo.

PAL TINTO cítrico literario

"Pal Tinto, cítrico literario" fue un personaje creado para colaborar en El Desconcierto.cl, que nació como un Grinch en la víspera de la navidad del 2018 y publicó sus diatribas hasta mayo del 2019.

Acá, sus primeros dos hits.





Aguinaldo navideño

Oh, qué mes de mierda este. Ni siquiera es necesario apuntar a la patética imagen del marxista que denuncia el consumismo, gente con harta plata que no se hace regalos en esta fecha mira tú, porque eso es ser consumista. Poseros, falsarios, y además mezquinos, tacaños, como si no fuésemos todos todo el tiempo unos enfermos consumistas dependientes del mercado. Como si no lo adorásemos, como si no estuviésemos perdidamente enamorados del dinero.

Por Pal Tinto, cítrico literario / 23.12.2018
Me acaban de depositar un aguinaldo y estoy eufórico. No porque sea un aguinaldo abultado, jaja, no, qué esperanza. Igual son 10 luquitas pa hacerlas cagar. Pido perdón por mi vocabulario, señora, niños. Es que estas fechas me ponen así, un poco irascible, me vuelvo un Grinch, un mister Scroodge, un Pitufo Gruñón. Pero mire, no soy un ogro, creo que hay comprensibles y razonables causas para pasarlo pésimo en navidad, cuando se supone que debiésemos pasarlo regio. Para que entienda desde dónde le hablo y vea que no estamos tan lejos tampoco el uno del otro, le voy a contar un par de cosas.
Mi primer recuerdo de infancia respecto de la navidad es al mismo tiempo la celebración íntima y personal de mi propia temprana inteligencia, de mi sagacidad. Jamás les compré el viejo pascuero, cuentos a mí, ja. Hay fotos que lo testimonian. A mis 3 y a mis 4 y a mis 5 años, identifiqué siempre y en ese orden a quienes se disfrazaron ridículamente de Papá Noel trayendo los regalos. Mi tío Franco, mi tío Alex y finalmente mi propio padre. Este ya fue el colmo, lo miré con evidente sarcasmo, aunque es probable que él –todo un adulto cumpliendo chocho su labor de padre chocho- estuviese demasiado convencido como para entender mi gesto adusto. Fui un niño despierto como lo siguen siendo muchos. No los engañamos. Se hacen.
Porque cuando se es niño, la navidad son los regalos. Toda la monserga religiosa alrededor, es vano tedio. Cuando los adultos le explican el sentido de la navidad a los niños, los niños oyen como se oyen los adultos en Charlie Brown. Blablabla. Es el obstáculo a superar, el precio a pagar, el costo. Hay una perversa enseñanza ahí, mucho más honda que el “si te portas bien, te traerán tu regalo”. El mercado envuelto en la fe. El niño despierto cacha al tiro. Pero no se vaya a quedar con una mala impresión, no tuve una infancia desdichada, o sin amor, no, para nada. Saber que no había un viejo pascuero no me traumó ni me hizo un emo depresivo.
Yo vengo de una familia bien constituida, cristiana. En las navidades en mi casa mamá aún arma un pesebre, todas mis tías y primos compartimos una ceremonia que incluye hasta villancicos y antes o después de los regalos, un momento de “palabras”. Y mi padre se manda un sermón. Uno de los últimos recordados por mis primos chicos, que tienen ya 14 años, comenzó preguntándoles justamente a ellos, si cachaban dónde es que había nacido Jesús. Más o menos, respondió atolondrado el Nacho. En Palestina, aclaró papá. En medio de ese territorio disputado con Israel y al lado de Irán e Irak, Siria ¿se ubican? Ahí donde ahora mismo mueren niños a causa de los bombardeos ¿se ubican?
Como puede ver, no soy alguien que viva lejos de la realidad. Aunque concedo que mi padre es un poco radical o quizás exagera tratando de sensibilizar cristianamente a la infancia con la situación de los desposeídos en el planeta, me considero una persona medianamente informada. Mi padre estudió, yo estudié, mis abuelos no. Fui criado en la compasión y el amor al prójimo. Navidad es el nacimiento del niño Jesús, la imagen del pesebre evoca a una familia con el recién nacido, tíos, vecinos y hasta animales. Una cena familiar, una instancia para compartir y celebrar el amor con los seres queridos. Eso es la navidad. Y creo que mi experiencia es la de muchos.
Como puede ver, soy uno más de los que andamos por ahí, un peatón C3, un transeúnte de estación de metro. No odio la navidad, no soy tan ridículo como para odiar una efeméride. Simplemente soy ateo. Y respeto todos los credos aunque en mi juicio interior a muchos los compadezco. Porque para mí, la navidad es también, y acaso antes que una fiesta religiosa o una cena familiar, un evento, un fecha de mercado, un feriado administrativo, legal, tributario, un día del calendario que no puedes ignorar, no se puede evadir. No me hago el leso. Lo que pasa es que habida cuenta de tanto asesino y ladrón gobernando impunemente, y haciéndolo más encima en nombre del Señor, bueno, para mí es claro que Jesús aró en el mar. Más que celebrar la llegada de Cristo, deberíamos salir a protestar: ¡compañero Jesús de Nazaret, presente!
Dicho lo cual, me declaro en total sintonía y empático con todos los que rabian y maldicen en estas fechas. Porque comprendo muy bien de dónde viene su rabia. Viene de la pobreza. Yo soy pobre, lo vengo siendo hace un rato ya, y eso, en estas fechas, cada vez me pone más de mal genio. Creo que a muchos les puede resultar comprensible. La gente anda estresada y anda a los codazos porque con poca plata es difícil pasar la navidad. Y se supone que es una fecha de amor. Es así de simple.
Puestos los pies en la tierra entonces, observémoslo fríamente. Oh, qué mes de mierda este. Ni siquiera es necesario apuntar a la patética imagen del marxista que denuncia el consumismo, gente con harta plata que no se hace regalos en esta fecha mira tú, porque eso es ser consumista. Poseros, falsarios, y además mezquinos, tacaños, como si no fuésemos todos todo el tiempo unos enfermos consumistas dependientes del mercado. Como si no lo adorásemos, como si no estuviésemos perdidamente enamorados del dinero. Estamos atrapados, asúmanlo. El consumo me consume, dijo Tomás Moulián. Pero ni siquiera me refiero a eso, insisto. Porque siempre ha sido así, no sé de qué estamos hablando, para la navidad y para los cumpleaños, en esta latitud cristiana tercermundista, se hacen regalos, y punto, hace mucho tiempo. Salvo que seai judío. Costumbre, tradición, llámelo como quiera. No es en sí el consumismo lo que molesta. Como tampoco lo es ese otro lugar común: el ajetreo. El ir y venir como de hormiguero. Como si el resto del año el metro, la ciudad no fuera eso mismo. Las horas punta y la euforia navideña: todo lo mismo. Es el paquete completo, que nos vendieron y que compramos y que amamos y que necesitamos, inoculado en esa sangre virtual que corre por nuestras venas y que llamamos cultura. Reemplazamos las plazas por malls. Quien denosta estas fechas desde esa óptica engañosa de los izquierdistas de antaño, es un ingenuo o un hipócrita. Regalar es sinónimo de querer, de dar amor. Proveer. Fácil. Y como yo soy un miserable asumido en el doble sentido de la palabra, es decir en tanto pobre y en cuanto ruin, y siempre lo he pasado pésimo en estas amorosas fechas; le puedo decir algunas ideas que tengo para sobrevivir a esta época fatal año que siempre es tan como las reverendas.
Por ejemplo, para comenzar, como ya dije, la primera recomendación sería que si tiene un aguinaldo miserable, hágalo cagar. Si tiene uno abultado mi recomendación ni le interesa. Pero si es pobre como yo, hágalo cagar. Chúpeselo, jáleselo, fúmeselo. Es como un desquite. Le aseguro una incomparable experiencia, hasta curativa.





Un febrero de mierda, o el comportamiento estacional de la cultura chilena

https://www.eldesconcierto.cl/2019/02/01/un-febrero-de-mierda-o-el-comportamiento-estacional-de-la-cultura-chilena/

Ningún chileno con la bandera bien puesta en el rojo corazón se atrevería a hablar mal del Festival de Viña. Es casi un patrimonio. Con todo lo patético y burdo que se asocia hoy a él: desde una alcaldesa vitalicia y corrupta, hasta un piscinazo y elección de reina que se instala en la machista vereda opuesta de los tiempos antipatriarcado vigentes.

Por Pal Tinto, crítico literario / 01.02.2019
¿Qué se hace con este dato de la causa que parece un axioma infalible? La cultura, o mejor dicho el reducido espectro de manifestaciones artísticas que entendemos por cultura, es suntuaria. La cultura es suntuaria. Lo repito para tratar de entender en su profundidad la sentencia. Porque es una sentencia, como la que dicta un juez en contra de un delincuente. La cultura no es algo de primera necesidad, eso quiere decir. Es más bien un lujo, es accesoria. Y por eso muchas veces para el común de los mortales de esta terremoteada latitud, además, debe ser gratuita.
No hablamos de cultura en un sentido amplio y profundo, porque es sabido que antropológicamente hablando cultura es todo lo que hacemos, desde escupir en la calle hasta rayar con incomprensibles signos genitales las esculturas de las plazas. Hablamos entonces más bien de consumo cultural, de mercado cultural y de industrias culturales. Y en Chile, habida cuenta de la flagrante verdad antes enunciada (que el arte es suntuario), la realidad es que a pesar de los recientes Óscares y los antiguos Premios Nobel, y aún amén del pasajero éxito de Anita Tijoux o de Los Tres en los Grammy Latinos (por decir algo), el mercado, la industria y el consumo cultural chileno, es paupérrimo. Y además, estacional.
Si alguien duda de lo que estoy diciendo puede consultar los pocos estudios que el actual Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio tiene o ha hecho. Cifras sobran. Pero vale la pena aclarar, para no ser tildados de pesimistas, que cuando calificamos de paupérrimo este ecosistema, lo estamos haciendo en comparación con cualquiera de los países vecinos, chicos o grandes. Ni qué decir los países de la OCDE, que Chile tanto admira.
La Filsa, la Primavera y la Furia del Libro, el Fidocs y los festivales de cine de Valdivia y de Las Condes, el Santiago a Mil (ex Teatro a Mil), el festival internacional Danzalborde, y en fin, la inmensa mayoría de las actividades artísticas de relevancia e impacto nacional, se concentra entre los meses de octubre y enero. Digamos que la “temporada de cultura” se cierra con un Lollapalooza que despide el verano a fin de marzo. Es así no más. En otras fechas, el riesgo es demasiado alto. Traes a un invitado internacional y la sala está a la mitad. Imagínate la vergüenza.
Observe lo que pasa en marzo. No sólo es el mercado, el retail, la tele, la publicidad, no, es la mera realidad, todes estamos en otra con la vuelta al colegio de les niñes. ¿A quién se le va a ocurrir programarse en marzo para ir al cine o al teatro? Programación. Chile, un país que tiene programado su acceso a la cultura. Como los programas de televisión, que tienen el fin de semana como único momento para emitir algo que no sea una estupidez tras otra. Les Luthiers tenía un chiste al respecto, o sea que es de larga data y de todo el orbe el asunto: vea el programa cultural y educativo en su clásico horario de los domingos a la 1 de la mañana. Programación. Un país programado para sus consumidores y aún desde los artistas, porque los productores de ese material suntuario que es la cultura, los artistas, también se programan con tiempo por la financiera vía de los fondos concursables. Todo calza.
¿Qué actividades culturales que valga la pena hay en junio o julio? Ah, es que son las vacaciones de invierno de los colegios y universidades. Entonces los espectáculos disponibles abren un arco de transformers gigantes a dinosaurios mecánicos, o quizá, con suerte, una Comic-Con. Todo siempre y cuando se pueda hacer bajo techo, porque llueve y con lluvia la gente se queda en la casa. Ese es el imperativo que opera en todo el país, de ahí lo estacional de la programación. En invierno llueve, así que se cierra el teatro.
Oiga, pero Santiago no es Chile. Jaja. No. Solo es la capital y concentra casi a la mitad de la población, y al ojo un 70% de las actividades culturales. Mérito entonces el de las salas y compañías y la larga cofradía de aburridos y pertinaces creadores o gestores que levantan oferta artística en las regiones, a contrapelo de este axioma estacional. Si hasta con fino humor se bautizaron como Temporales Teatrales en Puerto Montt. Lo malo es que parece que el resto del país no entendió la ironía. La población del sur de Chile, que vive bajo la lluvia y no se amilana por cuatro gotas, siempre se queja de esa distancia impuesta al resto. Capitalinos (cagones) cobardes. Su temor a mojarse impacta en todo el país. Como si en Ancud la gente se quedara en su casa por la lluvia. No pues. Ah, bueno, no sé. Depende. Si llueve mucho y es para ir a ver una exposición de artes visuales, tampoco somos fanáticos.
Obsérvese lo que se nos viene ahora: febrero. ¡Febrero! Oh, qué mes de mierda. No, bueno, si lo prefiere, febrero no es un mes muerto, no, ¿acaso cultura es sólo el teatro, la danza, toda esa lata? Cultura es también lo que más hay en febrero. De hecho, febrero está cooptado por ese ícono de la cultura popular chilena, un emblema de la farándula televisiva nacional, el Festival de Viña.Ningún chileno con la bandera bien puesta en el rojo corazón se atrevería a hablar mal del Festival de Viña. Es casi un patrimonio. Con todo lo patético y burdo que se asocia hoy a él: desde una alcaldesa vitalicia y corrupta, hasta un piscinazo y elección de reina que se instala en la machista vereda opuesta de los tiempos antipatriarcado vigentes.
Pero bueno, ¿y qué tanto entonces?, ¿cuál es el problema? Chile es un país ordenado, siempre lo ha sido. Hay una época del año pa perder el tiempo en leseras artísticas y el resto del año trabajamos pues, haraganes. No, si está bien, nada, yo decía no más.
En febrero, si usted es de los suntuarios, mejor mandarse cambiar.